Ya se cumplieron ocho años en que los detractores del ya casi ex presidente Álvaro Uribe se posesionó. Ocho años atrás comenzó la era del trabajar, trabajar y trabajar, con referendo fracasado incluído y atentado fallido muy pero muy lejos del lugar donde se imponía la banda tricolor al hombre del corazón blando. Y después de ocho años ya sé que es lo que no voy a extrañar.
No voy a extrañar las peleas de gallos contra el presidente de Chamozuela, ni el alborote de plumas del presidente de la camisa hedionda y menos la posición de dama herida del presidente de aquel país sin mar; tal vez la camisa abierta hasta el quinto botón y la cara de borracho de ese presidente de donde yo me enamoré, esa creo que sí.
Tampoco voy a extrañar a los detractores del mandatario que sólo les faltó tomar una fotografía del mismo y dibujarle cachitos, bigote y pecas. La señora del huevo, que desperdició un desayuno nada tenía que envidiarla al moreno de caro, y las canciones que se mofaban de su empleo exagerado de diminutivos. Y ni hablar de los anti-uribistas que decían defender el país pero no por eso renunciaron a sus pensiones escandalosas ni a sus cargos para los que nunca estuvieron preparados y se aferraron con pezuñas y colmillitos a unos cargos que en su mayoría no saben ejercer ( por si no queda claro o se presta a libres interpretaciones, me refiero al gremio de los maestros y docentes agremiados ).
No existe manera de que extrañe el único programa con rating que tuvo la televisión institucional porque siempre encontré algún programa mejor que ver los sábados de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Y creánme que menos, el hecho de que un señor enano, aseñorado, con voz de montañero y en general del promedio nacional, fuera visto como un hombre atractivo, algo así como un guerrero griego o troyano.
Creo que no voy a extrañar nada porque de lo bueno o malo que hizo o dejó de hacer apenas si me enteré porque una que otra vez en una cafetería o en una sala de espera pude ver un noticiero o leer la revista quincena. Ocho años en que estuve muy desinformado de la cosa política y que me acreditaron para creer con inmensurable convicción que un candidato liberal sin carisma era la mejor opción para tomar las riendas del país.
Toca esperar cuatro u ocho años más para saber si del presidente Santos llegue a tener algo digno de extrañar.